02 febrero 2007

Era un día soleado, martes 31 de octubre cerca de las diez de la mañana, lo recuerdo muy bien, llegué al Hospital de los Venados. Me acompañaba mi amiga Ericka, como siempre, íbamos riendo y bromeando.
Fui a darle de desayunar porque no le gustaban las papillas, el pollo, el arroz, ni nada de lo que le daban en el hospital. Estaba en urgencias, la hora de visita se había retrasado por quien sabe qué motivo y como no daban explicación alguna no tuve más remedio que esperar.
Alrededor de las doce del día me avisaron que podía pasar. Entré buscando el número correspondiente a su cama, todos los enfermos estaban revueltos por lo que tardé en encontrar la suya. Ahí estaba, con su cuerpo a medio tapar pues cualquier roce aún con la sábana le producía serias molestias; ya no quedaba nada de lo que había sido.
Sabía que su estado era grave, le vi a los ojos pero tuve la impresión de que no me veía bien, pues sus ojos también estaban afectados, esos ojos tan claros como la miel. Le revisé la pierna izquierda donde tenía una herida causada por una caída en el temblor de hacía apenas un mes, no se veía nada bien, le pregunté cómo estaba y contestó que igual, que además ya había desayunado las porquerías del hospital y que ya no quería lo que yo llevaba. –qué carácter- pensé, lo cual no era de extrañar pues siempre había sido de un carácter fuerte, mandón y chocante, dominador y que no cambiaba ni en esa situación, recordé el dicho: genio y figura...
Al poco rato dijo que quería vomitar, que le llevara un trapo, pero al no encontrar algo parecido pregunté a una enfermera quien me indicó que me pusiera un guante de látex y tomara una charola esterilizada. Cuando llegué a su camilla y vio la charola, casi me la avienta en la cabeza y mencionó que había pedido un trapo no una charola, a lo que contesté que no tenía de dónde sacar un trapo, que mejor vomitara en la sábana y luego le conseguiría una limpia; no quiso y empezó a maldecir mientras hacía un coraje tremendo.
De repente comenzó a darle una convulsión, un ataque o algo así, no atinando qué hacer, corrí para avisarle a una enfermera que, a su vez, avisó a otra para que llamara al doctor, mientras, la primera le hacía la prueba de glucosa.
Llegó el doctor, hubo una gran movilización, vi cómo jalaban su camilla y el desfibrilizador, trataron de sacarme pero estaba clavada al suelo viendo cómo su cuerpo, alguna vez fuerte, saltaba sobre la camilla; después de dos o tres descargas reaccioné y decidí salirme porque aquello que estaba viendo era demasiado.
Me dijeron que tenía que estar al pendiente. Al rato me enteré que le habían puesto una serie de aparatos, zondas y demás artefactos médicos, ya no tenía ni presión, estaba de verdad muy mal. No podía moverme de ahí porque era necesario que algun familiar estuviera. Llegó alguien más a la visita, sin embargo no pudo pasar.
Cerca de las 2:15 de la tarde escuché su nombre, me acerqué a la ventanilla de la recepción y me pidieron que entrara, mientras el doctor y una trabajadora social comenzaron a hacer una serie de preguntas, parentesco, quién más estaba esperando, en ese momento mi cabeza empezó a funcionar y fue entonces cuando cambió el rol y fui yo, quien comenzó a preguntar, pues me había dado cuenta ya, que todo había terminado, su vida llegó al punto final.
Preguntaron si quería pasar a ver el cuerpo, a lo que asentí, mientras me encaminaba hacia donde estaba su cuerpo inerte, los demás pacientes miraban con curiosidad, asombro y hasta temor, tal vez de saber que en cualquier momento también podrían estar en esa situación.
Abrí la cortina y ahí estaba. El cuerpo postrado de mi padre, mientras veía su cadáver recordé cómo había sido en vida: mandón, estricto, prejuicioso, delicadísimo e inflexible; también recordé cómo indirectamente me había enseñado que la libertad implica responsabilidad y a pesar de que nuestra convivencia no era buena desde hacía muchísimo tiempo, quise con toda mi alma, que donde quiera que estuviera a partir de ese momento, encontrara el descanso que en los últimos días no había tenido, lo toqué, creo que todavía estaba tibio y, con la misma serenidad con la que entré, salí, dejando atrás todos los rencores.

6 comentarios:

Lucia dijo...

La vida tal como llega...se va. Y a veces nos deja un sabor amargo en la boca. Nos hace reflexionar en todo lo que pudimos y no hacer. Es el ciclo trágico de la existencia. El dolor cuando nos separamos de alguien importante es en ocasiones difícil de manejar.
Saludos

Paulo dijo...

Interessante, de facto...
Abraço
Paulo

Luis dijo...

El blog está muy bueno y la concha siempre es un tema de interés general, especialmente en aquellos días en que la humedad está alta.
Sin embargo les voy a tener que restar puntos porque la plantilla medio que falla.

Tienen un 2.7.

Ondina dijo...

Muy bonito.
En tu otro blog no puede comentarte,lo de la obligatoriedad del cambio a la nueva versión de blogger no puedo expresar la opinión que me merece sin soltar unos cuantos tacos bien fuertes y no es mi costumbre,pero te dejo que le pongas tú los calificativos que quieras,cuanto más fuertes,más te acercarás a mi forma de pensar

indianala dijo...

Relatado sufridamente, como vivido hace un instante!. Me conmovió mucho.

Un beso.

Masquin dijo...

El morir es que todos se olviden de ti. Es un tanto fuerte, encuentro un perfil de concha, nunca imaginado.